domingo, 3 de abril de 2011

OCHPANIZTLI

fig. 1 -  El glifo Ochpaniztli / "escoba"

Ochpaniztli significa, literalmente, "el asunto de barrer", y es, al menos de acuerdo al paradigma vigente entre algunos de los autores contemporáneos más importantes, la primera veintena del año. Antes de entrar de lleno en las fiestas, ritos y significados de la misma, vale la pena detenerse un instante para analizar el nombre.

El concepto de barrer era uno muy arraigado en la mente colectiva mexicana. En la antigüedad, esta actividad, preminentemente femenina (que no exclusivamente), además de su obvia connotación de limpieza física, se utilizaba en los lenguajes esotéricos (Nahualtlahtolli) para referir un una limpieza más sutil y personal; una limpieza espiritual; esta es la esencia misma de Ochpaniztli.

Hasta el día de hoy, los brujos y curanderos en México utilizan la palabra "barrer" para referirse a un método tradicional de limpieza "energética" y sanación que consiste en utilizar hierbas de olor variadas/ Velas/ Huevos a manera de escoba, para así barrer al individuo en cuestión; purificándolo de impurezas, suciedades, y demás inmundicias que éste pudiese haber acumulado durante el transcurso de su vida, ya sea por obra directa de un actuar pecaminoso, incorrecto; o por contacto con cualquier fuerza desfavorable a él; y estas suciedades se  llevan en el alma de igual forma en que se llevan las mugres y suciedades en el cuerpo. La suciedad espiritual se consideraba un lastre, y uno infinitamente más sutil que el que suponen las inmundicias netamente físicas; aunque considerablemente más pesado.

El glifo de la veintena es muy sencillo, muestra una escoba común y corriente (Fig.1) en clara alusión al nombre que ostenta, el barrido, la cosa del barrer i.e, la limpieza. Ochpaniztli era, en su definición más medular, una fiesta de renovación y limpieza a todos niveles: se barrían los caminos (en particular los cruceros y los templos que en los cruceros se construían en honor a las Cihuateteoh, las mujeres deificadas), se barrían las casas, los espacios públicos, se limpiaban las fuentes, se incensaban los utensilios de labranza y demás instrumentos de trabajo, al igual que a las personas. A todos se les barría con yerbas, y copalli como se hace hasta nuestros días, y se danzaban danzas de purificación y rituales, entre los que participaban las muy impresionantes sacerdotisas Xipeme, quienes por veinte días vestían la piel cuidadosamente desollada de una persona ritualmente sacrificada.

En fin, Ochpaniztli era la fiesta de la gran purificación y renovación del mundo, situada muy apropiadamente al inicio de la primavera en que la naturaleza toda parece renovarse a si misma y desprendedrse de su vieja, y gastada piel invernal (Cómo la piel muerta que cargan las sacerdotisas Xipeme encima). De hecho, en muchas, muchísimas culturas a lo largo de la historia, las sociedades tribales, antiguas, las clásicas, e incluso entre las contemporáneas, es muy común encontrar creencias generalizadas en que el inicio de año supone una renovación y una limpieza. En Ochpaniztli se barría con toda mugre e impureza acumuladas a lo largo del año anterior.

En el plano del mito, Ochpaniztli es mucho más complejo, nos remonta al legendario inicio de los tiempos, a los tiempos en que el mundo no había sido creado aún, y Ometéotl, la criatura elemental, habiendo decidido abandonar su absoluto reposo en la absoluta obscuridad, decidió crear un gran Jardín en el cielo, en lo que hoy conocemos como la luna. Ahí decidió crear cuatro criaturas elementales, los cuatro espejos humeantes (El blanco, el rojo, el azul-verdoso, y el negro), quienes a su vez, crearon al monstruo Tlaloc, quien reinaría en el jardín paradisíaco llamado Temohuaníchan (La casa de donde se desciende, la casa de la caída), junto con todas las posteriores creaciones, es decir, todos los dioses.

La protagonista de esta importantísima historia es una diosa, la única mujer en el antiguo paraíso lunar; su nombre no es sólo uno, ni dos, ella es conocida con decenas de nombres diferentes, y de igual forma, sus representaciones pictóricas son muchas y muy diversas, pero en un contexto más amplio, ella es una típica representación de la madre tierra; una Gaia, una Gea, una Geb, una Gayatri, una Pacha Mamma cualquiera. La inmensa mayoria de las culturas en el mundo entero han rendido tributo de una forma u otra a la tierra, y le han determinado atributos que son comunes en muchas de ellas, como por ejemplo, la fertilidad, por ende, la maternidad, la sexualidad, la virginidad, la generosidad, la putrefacción, la noche, los ciclos de florecimiento y decadencia, etc.

La mujer del paraíso, mujer de Tlaloc mismo, se llamaba Xochiquetzal, y éste fue uno de los sobrenombres que alcanzó más amplia difusión en el universo nahua al momento de la conquista. Xochiquetzal (O también Xochiquetzalli), compartía con otras civilizaciones todas aquellas características que hemos mencionado antes, y añadía una más que la hace una madre tierra muy particular: ella era también la luna. Pese a que el antiguo culto a Tonantzin fuera después desplazado por el de la actual virgen de Guadalupe, siendo ésta la versión europea de ella, sigue fungiendo dos papeles primordiales que viene fungiendo desde siglos atrás: el de devorar los pecados (redención), y su relación con la luna, astro sobre el que la virgen se encuentra parada.

LA LUNA, LA MUJER Y EL NÚMERO 13

Tonantzin era la luna, sin duda, y como la luna, era cambiante; pero de una forma muy clara, Tonantzin también era la tierra, y ambas esferas llevaban una relación muy estrecha en la cosmovisión antigua, y las diosas asociadas a ellas eran numerosísimas, y muy variadas, desde fecundas vírgenes pubertas, hasta horrorosas ancianas de cabellos enmarañados y con la cara arrancada. No obstante, hay cuatro diferentes grupos en que las diosas Luna-tierra pueden ser divididas, y como no es de sorprender, estos cuatro grupos coinciden en número y en características con las diferentes faces de la luna, profundamente ligada en la cosmovisión mexicana con el número 13, número sagrado en el México antiguo desde el inicio de la civilización, hasta el final; desde los Olmecas, hasta los Mexicas; y es un número muy relacionado con la mujer, pues hay 13 lunas exactas en un año más un día de amarre en un calendario netamente lunar, como probablemente lo fue el calendario mesoamericano en sus orígenes. A su vez, la mujer se encuentra comprensiblemente ligada a la luna por la periodicidad de su ciclo menstrual, 29 días, que es la misma que la de un ciclo lunar. Cabe mencionar también, que es al rededor de los trece años de edad, en promedio, que la mujer presenta su primera menstruación.

Los cuatro grupos de diosas-luna son en realidad una sola que ocupaba, junto con tan sólo unos cuantos otros dioses, una de las más altas posiciones en el panteón antiguo. Los cuatro grupos de diosas son los siguientes, mencionaré sólo el nombre más popular dentro de cada grupo:

XILONEN, LA LUNA CRECIENTE, Y LA GERMINACIÓN

Ella era también conocida como Chicome-Cóhuatl, que literalmente significa Siete Serpiente, la fecha calendárica en que dicha diosa nació. El actual pueblo de Chiconcuac, cerca de la ciudad de Texcoco, no lejos de la ciudad de México, debe su nombre a esta diosa, que era patrona de toda planta útil al hombre, y de toda semilla, y de todo fruto de la tierra, y era por lo tanto, una de las deidades más veneradas por los agricultores antiguos. Sin embargo, muy por encima de todo esto, Xilonen, o Chicomoe Cóhuatl, era conocida entre los mexicanos por ser la joven y fértil diosa del maiz, la radiante jovencita virgen de tan sólo 13 años acabada de nacer al mundo, lista para ser "cosechada", como la mazorca misma, a quien simbolizaba en su etapa más pura y tierna: el jilote (Xílotl, en náhuatl), que es el fruto del maíz cuando alcanza la etapa en que por primera vez se vuelve comestible al ser humano. El jilote es un "elotito" tierno de sabor dulce. Xilonen significa "vagina de jilote", de Xílotl = jilote, y Nentli, o nénetl = vulba, también es posible traducir como "útero de jilote" haciendo referencia a su perene virginidad. Otra perspectiva del lenguaje nos permite la traducción "ella, quien vivió como el jilote", del verbo nemi, "vivir", "ir por la vida..", cuya contracción puede muy bien ser expresada "nen".

De cualquier forma, el nombre hace una clara alusión a la virginidad de Xilonen, quien es una diosa muy joven, cuyo cuerpo no está del todo desarrollado aún, como los jilotes; sus caderas no han ensanchado, sus pechos no son prominentes, y pese a que la llegada de la menstruación indica que Xilonen es ahora una mujer, su cuerpo aún infantil no es muy distinto al de un muchaho de su misma edad, y es posible que sea precisamente debido a esta inmadurez física, que se le confiriera a esta diosa una marcada ambivalencia sexual, siendo muy frecuentemente representada como un infantil muchacho, delicado y femenino, correspondiente al Cintéotl Rojo, con quien Xilonen se intercambiaba casi indistintamente (No confundir con el Cinteotl blanco, Itztlacoliuhqui, la obscura contraparte del cintéotl rojo). El Cintéotl rojo es un jovencito-mazorca igual que Xilonen, como mazorcas, ambos son rubios (pelos de elote), y tienen en común muchos otros atributos, como el vestuario, ambos cargan un pectoral de oro en el pecho con la forma de un círculo, que los vincula irremediablemente a los dioses solares, tanto por el círculo en si, que representa al disco solar, visto también en los atuendos de Tonatiuh y Tonacatecuhtli (dioses solares: la partícula "tona", lo indica, significa "calor"), así como por la pintura facial roja que los dioses-mazorca presentan, y que los relaciona con el sol también, y con la casa del sol, el este-amanecer; y es precísamente en la parte matutina del año en que Xilonen y Cintéotl eran festejados, durante las grandes fiestas de la cosecha: a Xilonen-Chicomecóatl se le festejaba en Tozoztontli, junto con las madres del maíz (el agua y la tierra); y a Cintéotl el rojo en Huey Tozoztli, que son dos veintenas consecutivas y hermanas, celebradas originalmente del 20 de Octubre al 28 de Noviembre, y que representan las horas centrales de la mañana, si el transcurso de un año fuese comparado con el transcurso de un día. Estas veintenas comparten mucho más que sólo el nombre y en ocasiones eran consideradas una sola festividad, en la que se celebraba a los campesinos, situadas justo después de la primera veintena de la estación seca del año (el inicio del día), Tlacaxipehualiztli, que representa el amanecer. Otra veintena en que Xilonén era festejada, era durante la fiesta menor de los señores (la nobleza), en Huey Tecuílhuitl, junto al "muchacho florido", o "muchacho precioso"; Xochipilli, o Tlazopilli; patrón del signo zodiacal Ozomahtli, "chango", y un claro avatar del Cintéotl rojo.

A primera vista, el hecho de que una diosa tan categóricamente catalogada como lunar se muestre tan fuertemente asociada al sol en esta faceta joven es una muestra de la complejidad que presenta la caleidoscópica visión prehispánica de sus dioses y de sus relaciones en ocasiones aparentemente contradictorias entre los astros que representan y sus propios significados; pero dando un vistazo más allá, la relación entre la luna-xilonen y el sol es clara: ella es la luna, si, la luna creciente, pero también es una niña, es una renacida, una purificada y ese concepto, pertenece, sin la menor duda, al rumbo del este, que de otra forma era conocido como "la casa del sol", y todo ser que atravesara por el estado de pureza, frescura, y renacimiento que la casa del sol suponía, era ataviado con atributos de la casa del sol: el oro, el disco, la pintura roja, los cabellos rubios, los cascabeles, todo lo que indicara que ese ser era energético, activo, vivificado, y puro, como un niño, como el sol de la mañana... y ese ser revestido de tales atributos netamente solares podía ser cualquiera, venus, la tierra... incluso la luna.

Xilonén tenía su equivalente entre los mayas en la diosa Xquic, cuyo nombre significa sangre, en probable referencia a la primera aparición de la sangre menstrual. Xquic es una joven princesa del inframundo, que es misteriosamente preñada por el fruto de un árbol de guajes (Con grandes frutos redondos, colgantes, muy similares a cabezas humanas) que lanzó sobre ella un escupitajo (asemejado al semen en el lenguaje figurativo). Xquic es un ejemplo muy peculiar de la diosa virgen-embarazada, nutriendo una extraña figura de virgen-madre, muy frecuente en mesoamérica; terminando así, Xquic, como la madre de los gemelos heroicos protagonistas del Poopohl Vuh. Los gemelos posteriormente habrían de convertirse en el sol y la luna, señores del cielo.

Coatlicue, por otra parte, en la tradición mexicah, fue preñada sin tocar varón por una bola de plumas de paloma provenientes del cielo azul mientras que barría (Un ejemplo mas del barrido como la actividad típica de la madre tierra, por lo que su festejo en ochpaniztli, el barrido, está plenamente justificado). El producto de tan enigmático embarazo resultó ser nada menos que Huitzilopochtli, el sol para los aztecas. Coatlicue también era madre de la luna, Coyolxauhqui... es frecuente en la cosmogonía mesoanericana que la madre del sol mismo, señor del cielo, sea una virgen representante de la luna y la tierra, y que precísamente por virgen, por pura, y renovada, representa al este, y a la mañana, pues es en la mañana que al sol se le puede ver nacer de la tierra fresca y rejuvenecida tras la larga y obscura noche.

A diferencia de sus contrapartes en otras religiones (vírgenes cargadas de sexualidad prohibida y carnalidad rancia, no ejercida) la perene frescura de Xilo, así como su ambigua definición de género, hacen de ella una virgen tierna, muy alejada de la sexualidad en sí, de hecho, propiamente indiferenciada sexualmente a la vista común, COMO LAS PLANTAS, de quienes es patrona, al igual que de su germinación: indiferenciada, hermafrodita, ligera, sin carnalidad, y por tal, según la cosmovisión nahua, sin posible pecado...

Otra fue la historia cuando Xilo maduró...


XOCHIQUETZAL, LA LUNA LLENA, Y EL ACTUAR PECAMINOSO

Estamos ahora ante una diosa de la carnalidad. La luna llena era la mujer en el pináculo de su sexualidad, a los 26 años (13 x 2), y la relación entre Xochiquetzalli y el sexo son evidentes y abundantes. Ella es la patrona de la sexualidad, y de todo tipo de belleza. También del placer, del arte, y del amor. Sin embargo, el tipo de amor y placer que esta diosa representa, representan también un actuar transgresor, pecaminoso... sucio.

Asi, pese a ser la radiante y hermosa diosa del amor mexicana, en muchas ocasiones comparada con Venus y Afrodita por tantos cronistas e historiadores coloniales y contemporáneos, Xochiquetzal era también, la diosa transgresora por excelencia, y la diosa del pecado. Y es que su historia la precede, una historia que es una de las leyendas más importantes en el universo nahua que narra la caída de los dioses del jardín del paraíso (de nombre Temohuaníchan) tras la comisión de un imperdonable pecado a manos de la hermosa Xochiquetzal, quien se aventuró a transgredir la única regla impuesta por el creador sobre los felices dioses que vivían en el paraíso original; apacibles y eternos. Dicha regla les impedía cortar cualquier flor, rama o fruto del árbol florido al centro del jardín del paraíso. Un buen día, Xochiquetzal, engañada por un seductor coyote proveniente del este, corta una flor. El árbol se parte en dos, y sus flores comienzan a sangrar; el pacto entre el creador y sus criaturas quedó roto, y como consecuencia, el paraíso se perdió. Ometéotl decide desterra a Xochiquetzal del Temohuaníchan, y lanzarla hacia el caos eterno de las aguas primordiales, que era todo lo que existía entonces además del paraíso, en dónde, asemejada al caimán Cipactli, la caída Xochiquetzal vive solitaria en el exilio, flotando en la superficie de las obscuras aguas del caos primordial (que es la superficie terrestre flotando en el mar), volviéndose la tierra que los Mexicanos antiguos concebían, rodeada de enormes mares, dando eventualmente al hombre un lugar dónde vivir. Es importante mencionar que antes de ser expulsada, y también como consecuencia de su transgresión, Xochiquetzal tuvo un hijo, Cintéotl Itztlacoliuhqui, o el Cintéotl blanco, una piedra de obsidiana retorcida, cubierta de pecado (envuelta en algodón), sucia; la cual permaneció en el cielo tras la caída de su madre, aunque no por mucho tiempo. Cintéotl Itztlacoliuhqui es el otro gran personaje central de la veintena de Ochpaniztli, y hablaremos de él a detalle más adelante.

En fin, Xochiquetzal fue desterrada del cielo y lanzada a la tierra, dónde conoció la miseria por primera vez, la tristeza y el caos; eventualmente también conoció la muerte, volviéndose la diosa de la tierra por excelencia, la tierra firme que está rodeada de mares; la gran madre tierra, sobre quien se vive y quien nos alimenta. En este punto, tras su caida del paraiso, "la diosa" ya no es llamada Xochiquetzal, sino Toci Tlazoltéotl, y ya no representa a la hermosa luna llena, sino a la decadente luna menguante.


TLAZOLTÉOTL, LA LUNA MENGUANTE, Y EL EXÓTICO ASUNTO DE COMER CACA

Tlazoltéotl significa, literalmente, la diosa de la basura, de la palabra tlazolli, desperdicio (del verbo Tlaza, arrojar, tirar), y el sustantivo téotl, divinidad. Comúnmente es representada como una mujer de edad media (3 x 13 = 39), con el rostro pintado de blanco, vestida en forma humilde y sencilla: de algodón sin hilar, en bruto, con dos pequeños círculos negros pintados en los pómulos, una escoba, instrumentos de bordado en la cabeza, un instrumento de costura en forma de espada, un adorno nasal llamado Yacametztli, o "nariguera de la luna"; y el que sin duda es el símbolo más representativo de esta diosa, una mancha obscura al rededor de la boca, como si se hubiese ensuciado con algo al comer.

Todos estos atributos tan marcados, hacen de ella una diosa muy fácil de identificar dentro del panteón mesoamericano, este no es el caso con muchos dioses. Sus atributos nos hablan de una mujer madura y experimentada, conocedora de todos los asuntos que a una mujer concernían en las sociedades prehispánicas, haciendo esto de Tlazoltéotl una diosa general de toda femineidad. Tlazoltéotl, como cualquier señora de la época, hilaba, y protegía a quellas mujeres que también lo hacían; de igual forma, visitaba el mercado para vender aquellas cosas que en su telar producía, y así mantenerse a si misma, y a sus hijos; barría, lo cual la vuelve la figura central en las celebraciones de este mes. El barrido, junto con la mancha negra al rededor de su boca, indican una cualidad de la madre tierra que define muy bien a Tlazoltéotl: la de reciclar, la de tomar los desperdicios que todo ser vivo arroja (entiéndase mierda), devorarlos y transformarlos en alimento, en medicina, en flores, y en todo tipo de potencial para la vida.

La capacidad para crear vida a partir de algo sucio... esta es la esencia misma de esta diosa, y esta misma idea, es central para entender la importancia capital de Tlazoltéotl en el panteón nahua; y es que ella, como diosa de la feminidad, era la indiscutible patrona de la actividad femenina por excelencia: la de parir, la de producir pura y limpia vida a partir del sucio y decadente pecado; Tlazoltéotl es una diosa dual, que engloba ambos aspectos (patrona de las prostitutas y de las parteras).

De esta manera, la función social más destacada de Tlazoltéotl dentro de las sociedad nahua, se observa en su rol como patrona de las parteras, un gremio exclusivamente femenino y sumamente empoderado en el México de antes, pues además de ayudar a dar a luz a las parturientas, las comadronas jugaban un papel de gran importancia en la sociedad prehispánica: determinaban el nombre del recién nacido, y para ello, se servían de la cuenta de los días de un calendario especial basado no en el Sol, ni en la Luna, sino en una relación de estos astros con otros, como Venus y las Pléyades, su nombre era Tonalámatl, el misterioso calendario sagrado de 260 días (precísamente nueve meses, tiempo necesario para la gestación humana), y a diferencia de el calendario solar-lunar de 365 días, al que tenía acceso la totalidad de la población, y que el total de la población celebraba, el Tonalámatl era de uso exclusivo de una cierta parte del clero, y de las comadronas, así como de los brujos nahualli, aunque gozando, estos últimos, de una posición más bien clandestina dentro de la sociedad. En este modo, las comadronas mexicanas eran mujeres conocedoras de los astros y sus movimientos, así como de las hierbas y rituales necesarios para un parto exitoso, concepto que no sólo se limitaba a que el bebé naciera en buenas condiciones de salud, sino que requería de la correcta interpretación del entramado estelar al momento del nacimiento, así como sus equivalencias en la religión Macehual (la del pueblo), traducidas desde el calendario sagrado usado en la religión culta, la religión de los sacerdotes (Tlamacazque).

Ahora bien, todo lo anterior puede ser dicho sobre Tlazoltéotl en un plano netamente físico, en el plano simbólico, Tlazoltéotl era la gran devoradora de los pecados, la diosa de la confesión, el perdón, la limpieza, y la redención de todos los desperdicios y suciedades no físicas, de los pecados. La gente confesaba en privado sus pecados a Toci, le hacían ofrendas que representaban la mugre a limpiar y luego las dejaban podrir en el supuesto que ella las tomaría para después devorarlas y expiarlas. Esto le valió a la diosa un amor y una devoción especiales por parte de los pueblos nahuas, quienes la veneraban a la par de sus dioses tutelares, y cariñosamente la llamaban Toci (de Tocihtli), "nuestra abuela", o "Tonan", nuestra madre, nombre que hasta nuestros días recibe la virgen de guadalupe en náhuatl, y es justo y necesario notar, que aunque la virgen actualmente ya no come caca (no en público al menos), aún se le representa parada sobre una Luna menguante, y aún conserva su función redentora (ora pro nobis, pecatoribus, nunc et in hora mortis nostre, amen).

Tlazoltéotl es, en resumen, la bella Xochiquetzalli desterrada del paraíso, y convertida en la sucia tierra, rodeada del oscuro caos acuático, donde las aguas del cielo y las de la tierra se encontraban aún revueltas. El resto de los dioses, hombres todos ellos, serían también desterrados de Temohuaníchan un poco más tarde por el creador mismo, y es en la tierra (Tlazoltéotl, previamente desterrada) en que los dioses encontraron refugio y sustento cuando, tiempo después, ellos también fueran desterrados del paraíso. Tras su descenso a la tierra, los dioses comienzan inmediatamente el proceso de creación de la vida en ella. Este acogimiento a todos los dioses, le valió a la tierra el sobrenombre de Teteoh Innan, "su madre de los dioses", por el que también era ampliamente conocida.

Antes de ser desterrada, y como consecuencia de su transgresión (sexual), Xochiquetzal dio a luz. Este hijo fue nacido en el paraíso, y es equivalente al planeta Venus en su fase visible al amanecer (el lucero del alba). El nombre de su hijo es Cintéotl, diós del maíz y el diós padre de la posterior humanidad (de Cintli, maíz, y téotl, diós).

Tlazoltéotl es la madre tierra sobre la que se habita, y por habitar en ella, y por los frutos que brinda, así como por la mierda que reciclaba, Toci era también el prototipo divinizado de lo que una mujer debía ser en la sociedad (barredora, proveedora del hogar, tejedora, bruja, amante y madre). Dispuesta siempre a perdonar los errores de sus vástagos). Tlazoltéotl es la madre tierra mexicana por excelencia, y es también la luna menguante, decadente; una mujer experimentada en las artes de ser mujer, la mujer divinizada que ha conquistado la maternidad, lo que era visto como un logro heroico por parte de una mujer, equiparado a las actividades bélicas en el hombre, representadas por la contraparte masculina de Toci, Xipé, celebrado, muy paralelamente, al inicio de la estación seca, exactamente 6 meses después de los festejos de Ochpaniztli.


ILAMATECUHTLI, LA LUNA NUEVA, Y LA ESTÉRIL MUERTE

La luna nueva es la fase de la luna en que el satélite se encuentra completamente cubierto por la sombra de la tierra, lo que hace imposible verle a simple vista; como si la cara de la luna hubiese sido arrancada del cielo. Es la luna negra.

A través de los siglos, y no sólo en México, a la luna negra le han sido atribuidas características relacionadas a la esterilidad, la enfermedad, la brujería, y la muerte. El nombre que en el antiguo México se le dió a la luna nueva fue Ilamatecuhtli, o simplemente Ilama (que quiere decir, la vieja), y se le representaba como una mujer de edad avanzada, pasada la menopausia (situada al rededor de los 52 años, 13 x 4), y tras la cual, la mujer deja de ser fértil. La parte inferior de la cara de Ilama se encuentra arrancada, sólo queda la calavera, y podemos ver sus maxilares expuestos; sus cabellos se encuentran enmarañados, como los del monstruo de la tierra, Tlaltecuhtli, quien también lleva la parte inferior de la cara arrancada, y quien no teniendo un sexo determinado, se confunde con ella en su faceta femenina, y con Tlaloc, en su faceta masculina (es una diosa comúnmente indiferenciada sexualmente, cómo Xilonen). Ilama también es frecuentemente representada con la cara completamente arrancada, y a veces toda ella es una gran calavera, acercándose mucho a la señora del inframundo, Miccatecíhuatl.

La luna nueva es la representación de la obscuridad completa, del caos primordial, y por lo tanto, figura frecuentemente en las historias de la creación, en donde el monstruo del caos (preexistente a la luz misma) es vencido por la luz-orden-civilización, este es el caso con la historia de Mixcóatl, En dónde la diosa de lo obscuro es mostrada en una de sus representaciones más monstruosas, la de la mariposa de obsidiana, Itzpapálotl, el gran monstruo de la noche, la gigantesca bruja-mariposa con garras y patas de jaguar, recubierta toda de navajas de obsidiana arcoiris, y, una vez más, con la boca descarnada; vencida por Mixcóatl Camaxtli al inicio de la vida sobre la tierra. Mixcóatl (Cintéotl crecido y maduro), naturalmente, es la primera luz que hubo en el mundo y vencedor de la obscuridad  y se le compara con Venus, que en su fase vespertina puede ser visto junto con las primeras luces de la aurora, justo antes de salir el sol.

Dentro del calendario civil-religioso de las veintenas, la celebración de Ilamatecuhtli se encontraba situada hacia finales de la estación lluviosa-femenina, y representaba a la tierra cansada tras la larga crianza del maíz, cercano ya a su cosecha para entonces, al inicio de la temporada seca, tan sólo dos veintenas más adelante.

 La veintena en cuestión se llamaba Títitl, estiramiento, en alusión al viejo y arrugado vientre de Ilamatecuhtli, asemejado a la tierra cansada de la milpa que ha llevado al maíz a su pleno desarrollo, y a la que había que "estirar", o rejuvenecer, ritualmente, para llevar a buen término el desarrollo de la planta sagrada durante las siguientes dos veintenas.

El nombre más difundido de la diosa vieja entre los nahuas al momento de la conquista era Cihuacóatl (Serpiente hembra). Fue ella quien en la leyenda que narra de los tiempos inmediatos posteriores a la creación del quinto sol en Teotihuacán, tras los saltos al bracero, y la inmolación de los dioses; tiempos en los que el héroe mesoamericano por excelencia, el diós de la vida y el aliento, Ehécatl Quetzalcóatl emprende la tarea de repoblar al mundo, tras haber perdido éste sus cuatro humanidades anteriores a cuenta de horribles catástrofes propinadas por los propios dioses encargados de velar por el destino de aquellos otros hombres, o bien por las fuerzas antagónicas a estos. Ehécatl decide partir, junto con su nahualli, el monstruo-perro del infierno, el señor Xólotl, al inframundo, al Mictlán, a pedirle al señor de los difuntos los huesos de la primera humanidad que hubo, que era una antiquísima raza de gigantes, nobles y sensibles, de quienes Tlaloc, por cierto, el diós más viejo de quien se tiene memoria, se dice que era un valiente capitán. El sol de esta raza, es decir, su era, el primer sol, terminó violentamente con la llegada de telúricos jaguares nocturnos a la tierra que devoraron cruelmente a los gigantes, los primeros hombres.

Tras no pocas penurias, Quetzalcóatl y su doble perro infernal logran heróicamente atravezar los nueve niveles del infierno Mictlán hasta llegar cara a cara frente al gran Mictlantecuhtli, señor de los muertos, quien escucha atento el plan de Quetzalcohuatl de repoblar la tierra ahora que el quinto sol y la quinta luna han nacido. Al final, accede a entregar los huesos de los primeros hombres, y así lo hace, mas al partir la serpiente emplumada, a Mictlantecuhtli le ocurre un imprevisto cambio en su parecer, y decide que debe recuperar los huesos dados al señor de la vida, y entonces, mostrando su faceta más feroz jamás documentada, Mictlantecuhtli inicia una viciosa persecución contra Quetzalcóatl, quien muy a final de cuentas logra volver a la tierra y escapar de la gran calaca, pero no sin daños que reportar, durante su huida, el costal de huesos que el diós cargaba cayó al suelo, rompiendo los huesos en muchas fracciones, y es por eso que ya no somos tan gigantes como los primeros hombres.

De regreso en la tierra, Quetzalcóatl visita a la vieja Ilama (la tierra misma), quien se da a la tarea de moler los huesos traídos del infierno y mezclarlos con el semen y la sangre de Quetzalcóatl, para así al fin, dar orden y forma a los primeros hombres, a Tahta, y a Nenne.






↑ "Para que clara y manifiestamente se vea, quiero que se consideren los ritos, las idolatrías y supersticiones que tenían: el ir a sacrificar en los montes, debajo de los árboles sombríos, a las cuevas y cavernas de la tierra; el encender y quemar incienso (...) ¡Toda ceremonia judaica de aquellas diez tribus de Israel! (...) Y lo que más me fuerza a creer que estos indios son de línea hebrea es la extraña pertinacia que tienen en no desarraigar de sí estas idolatrías y supersticiones yendo y viniendo a ellas como se ve de sus antepasados..." Durán, Diego (1581/1967), Historia de las Indias de la Nueva España, México:Porrúa, II, 24.

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